Querido Miguel, de Natalia Ginzburg


La mayor de las playas está compuesta por minúsculos granos de arena, con las humildes batallas del día a día se va construyendo la historia. Esta es una obra centrada en la soledad e incomunicación, que retrata el desencuentro entre generaciones y las dificultades que genera cualquier vínculo con el trasfondo de la política europea de la época.
He estado leyendo críticas y constato que la mayor parte copia alegremente la contraportada, lo que manifiesta, no solo una patente falta de originalidad por parte de los reseñistas sino que ni siquiera han leído la novela, o no la han asimilado que es lo mismo. Porque el párrafo –impreso en el libro y repetido hasta la saciedad en las webs– indica que Miguel, el enigmático protagonista, se trasladó a un país lejano de joven y vivió muchos años alejado de su familia; pero nada más lejos: la acción ocupa alrededor de un año y la huída –cuando estaba a punto de ser implicado en un atentado terrorista– tuvo lugar durante los primeros meses, poco antes del fallecimiento del padre. Además, el traslado se produce de Italia a Inglaterra, dos países que ni están tan alejados ni lo estaban en los años 70.
Tampoco es cierto que sea una novela epistolar cien por cien, existe una parte narrativa que descarga el contenido de las cartas, de lo contrario estas resultarían algo pesadas y poco verosímiles. Una y otras hablan del presente pero también trazan algunas pinceladas del pasado que explican los motivos del actual estado de cosas, entre otros, el arraigado distanciamiento de madre e hijo debido a la ya lejana separación matrimonial o la vocación artística y disidencia política del padre que tanto han marcado a Miguel.
Resulta paradójico que todos pongan en él los ojos –en el huraño, el que ha puesto tierra de por medio– y apenas se miren entre ellos, que están tan cerca. Adriana, la madre, se refugia en sus nuevos amigos y antiguos colegas del hijo porque la relación con sus hijas y el resto de la familia es más bien distante. Se diría que es más cómodo ocuparse del que está lejos, exige menos, elude la intimidad, el verdadero tête à tête, la comunicación y la ayuda reales con lo que esto implica de entrega. En cambio, preocuparse del fugitivo, del que está lejos, aquel del que apenas sabemos nada, resulta mucho más cómodo.
Seguro que muchos conoceréis a gente como Adriana, inundada de tedio y frustración, sintiéndose inútil, arrastrando los días como las zapatillas, arrepintiéndose de su traslado al campo apenas transcurridos unos meses. Quizá esos rasgos de decrepitud que presenta con cuarenta y tres años indica, más que otra cosa, las cuatro décadas que nos separan del tiempo en que fue escrita, el resto, en cambio, no parece demasiado anacrónico; incluso, algunas costumbres que se fueron han vuelto otra vez, como el cruce de correspondencia, que hace una década o dos podría parecer extraño pero que ahora vuelve a estar vigente, aunque convertida en mail. O como Mara, que produce, a partes iguales, indignación, carcajadas y ternura. O como Angélica, la hermana que cualquiera querría tener, práctica y resolutiva como nadie. O como Osvaldo que, no obstante, resulta algo insólito, un tipo protector y desinteresado, quizá también producto de aquellos tiempos, que ahora nos parece una especie de bicho raro, pero se presenta lleno de humanidad y termina haciéndose imprescindible, tanto para el resto de los personajes –es decir, en el propio marco narrativo– como para el lector al convertirse en factor de cohesión del resto.
Puede que las cartas hayan quedado demasiado literarias, que no acabemos de creernos un lenguaje tan culto en boca de ciertas personas, ni tanta franqueza, ni un razonamiento tan riguroso. Aunque se entiende que es una técnica para retratarlos, no resta credibilidad ni a estos ni al argumento y resulta tan eficaz como atractiva. Por otra parte, es un texto muy visual, las descripciones, tanto las incluidas en el sector narrativo como las que aportan los personajes por carta, son muy plásticas, muy explícitas. Se especifica el color de los objetos y a menudo se relacionan estos con circunstancias pasadas. Este es un factor que añade realismo a la novela. También que se tenga en cuenta que nuestro alrededor no está vacío y que siempre tenemos algo en las manos; esa circunstancia queda patente, las cosas aquí están tan ligadas a las personas como en la vida real.

PRIMERA EDICIÓN: 1964 – CLÁSICO – VARIAS EDICIONES

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