Cartas a los años de nostalgia, de Kenzaburo Oe

¿Alguna vez, estando en casa tranquilamente, habéis fantaseado de algún modo con el cuadro que hay colgado en la pared? ¿Habéis imaginado que, en lugar de un objeto opaco, es una ventana desde la que podéis contemplar un bosque, el horizonte, el mar, por la que podéis enteraros de lo que ocurre fuera -pero no en vuestra calle sino en un entorno con mucho más encanto- o bien colaros por ella y aterrizar, sin más, en el suelo, más que como Alicia como Dante en La Divina Comedia? ¿Sois capaces de recordar una escena así? ¿Y leyendo una novela? ¿No os pasa con alguna (de las mejores, siempre) que os encontráis en el lugar que evoca, participando de la acción o disfrutando de los beneficios de mirar sin que os vean?

Pues bien, esto es lo que me ocurrió a mí mientras leía Cartas a los años de nostalgia. Hace ya bastante de esto y, aunque Oé es un grande, y sabía que había recibido el Nobel tiempo atrás (aunque esto no es una garantía, quede claro)  aún no calibraba su grandeza. Por eso, a media lectura me sorprendí escudriñando en el paisaje que se muestra en la historia. Contemplando las idas y venidas del protagonista. Sí, no os engaño, y desde detrás de un árbol, precisamente. La novela me había absorbido como si fuese un aspirador potentísimo y me había metido dentro de ella sin más. No sé lo que sentiréis vosotros en casos así, lo que yo experimenté fue un estupor sin límites.

Más tarde, he seguido leyendo al autor y su genialidad ya no me pilla por sorpresa. Pero siempre recordaré con una de las obras más entrañables que he tenido en las manos esta autobiografía tan literaria que -paradójicamente- ha acabado convirtiéndose en un pedazo de vida volcada al papel.

Por ese motivo hablar de ella es banalizarla. Podría decir muchas cosas: que ensalza la amistad, que es una novela de iniciación, que refleja las costumbres y la mentalidad de una familia japonesa o un retazo candente de la historia, que penetra de maravilla en la mente de un chaval de cualquier sitio, que si la psicología del personaje, que si la vida rural...

Mejor cáete por la ventana y siente el dolor de nalgas en vivo. Mejor lee el libro. Mejor empápate.

Nadie es capaz de recordar con tal intensidad los primeros descubrimientos, los balbuceos por la vida, la obsesión por saber y esa forma inimitable de venerar al que consideramos sabio durante el periodo de adolescencia. Ese amigo mayor que creemos en posesión de la sabiduría, en cuyo criterio confiamos a ciegas, al contrario de lo que hacemos con los padres.

Volvemos a tener ese amigo, a oler la hierba de entonces, a escondernos para espiar, a mirar el mundo con los primeros ojos.

No, no hay muchas novelas como esta. Como esta, precisamente, no. Porque es única. Porque lo obvio se explica como si fuera nuevo con esa sensibilidad, esa cadencia que solo la literatura oriental posee. Pero es que en este caso es verdad. Es que nunca hemos visto nada de lo que se cuenta aquí porque se nos han otorgado otros ojos y estamos comenzando, nosotros también, a gozar de la vida, a contemplarla.

PRIMERA EDICIÓN: 1997 (EN ESPAÑA: 1997) - EDITORIAL ANAGRAMA (COLECCIÓN COMPACTOS) - PÁGINAS: 448 - TRADUCCIÓN: MIGUEL WANDENBERGH   

Comentarios

  1. excelente Reseña Molina!!!a me gusto mucho tu opinion!
    soy analia del blog argentino caminos con puentes de letras! besos

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  2. Hola Analia. Gracias por los elogios. ¿Has leído el libro? ¿Qué te pareció? Acabo de visitar tu blog y ahora escribiré un comentario.
    Saludos

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