El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati


-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.


Constantino Cavafis

¿Podríamos considerar este poema un precedente de El desierto de los tártaros y la homónima novela de Coetzee una espléndida consecuencia de ambas obras?  Grecia, Italia, Sudáfrica, compartiendo consecutivamente la fascinación por las tierras yermas y husmeando en el efecto que provocan. La edición que manejo está prologada por Juan Carlos Suñén, un trabajo bien documentado, exhaustivo. ¿Qué se hizo de los prólogos? o yo tengo muy mala suerte o –me temo– han pasado a la historia. ¿De verdad se piensa que son irrelevantes? Pero volvamos a la cuestión que nos ocupa.
El prologuista no se resiste a la tentación de repasar el argumento. Pero el significado trasciende lo que ocurre. Se halla en esa espera taciturna, en las descripciones, las posturas, diálogos y silencios. Se habla poco pero lo que se dice siempre es significativo. Definitivo, más bien.
 
Un producto eminentemente visual y, paradójicamente, volcado hacia adentro que no exhibe más que la constante introspección del que contempla, del que podría parecer desocupado pues su principal ocupación consiste en escrutar el horizonte. Claramente, una alegoría de la vida, que también es un viaje y una espera. La irónica evidencia del fracaso universal concretado en la derrota de las ilusiones juveniles. Un ajuste de cuentas con el conformismo. La crónica de una traición, o de varias, ya que la más peligrosa es la traición a los propios ideales. Una escenificación minuciosa de cómo se confecciona la coriácea armadura de una vida. Incluso la constatación del triunfo de la muerte.
 
En ese paisaje, absolutamente impregnado de simbolismo, podemos leer, como en un sueño, el significado de nuestra trayectoria:
 
“¿Queda aún mucho? No, basta con atravesar aquel río de allá al fondo, con franquear aquellas verdes colina. ¿No habremos llegado ya, por casualidad? ¿No son quizá estos árboles, estos prados, esta blanca casa lo que buscábamos? Por unos instantes da la impresión de que sí y uno quisiera detenerse. Después se oye decir que adelante es mejor y se reanuda sin pensar en el camino. (…) Pero en cierto punto, casi instintivamente, uno se vuelve hacia atrás y ve que una verja se ha atrancado a sus espaldas, cerrando la vía del retorno. Entonces se siente  que algo ha cambiado, el sol ya no parece inmóvil, sino que se desplaza rápidamente, ¡ay!, casi no da tiempo de mirarlo y ya se precipita hacia el límite del horizonte…”
 
Y sin embargo, para disfrutar de ella a conciencia, ni siquiera hace falta considerar su complejidad y menos analizarla. La mera anécdota ya es apasionante, las incidencias, hipnóticas en su simplicidad; el manejo de la intriga, la sabia dosificación de la línea argumental, la progresiva aceleración del paso del tiempo –que acaba dando lugar a una trama casi trepidante– la convierten en una excelente novela de aventuras para quien no quiera molestarse en dar un paso más.
 
Que los bárbaros –o los tártaros– lleguen o no es, probablemente, lo de menos. Lo que cuenta es la espera, o renunciar a ella y sustituirla por algo mejor. No sé si la película del mismo nombre está o no a la altura del texto que la inspiró. En cualquier caso, el autor no pudo juzgarla ya que murió cuatro años antes de su estreno, un dato que deja cierto regusto melancólico y que, misteriosamente, nos remite a El desierto de los tártaros.
 
PUBLICACIÓN: 1940 – CLÁSICO (VARIAS EDICIONES) – PÁGINAS: 256 (aprox.)

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