Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata

Yasunari Kawabata fue un rendido enamorado de la belleza, tanto de la del lenguaje como la femenina o la paisajística. Esto es evidente en cualquier de sus obras. No es de extrañar, pues, que la palabra aparezca en uno de sus títulos. Sin embargo, y a pesar de la belleza de sus imágenes, de la elegancia y morosidad con que hace transcurrir sus ficciones, confieso que me produce cierta acidez gástrica en la mente. Sí, hablando en plata, me cuesta sobremanera digerir los actos de muchos de sus personajes, la naturalidad con que acepta determinado estado de cosas, la injusticia que evidencian algunos de sus argumentos y que él asume como un hecho irremediable. Y cuanto mayor es el virtuosismo técnico que exhibe más me molesta, porque no me parece que constituya un atenuante y, sin embargo, sé que eso, a los ojos de sus lectores, suele servir de justificación.
 
Por supuesto, entiendo que se trata de las costumbres de una época pasada y de un país, Japón, que no se distingue precisamente por su ecuanimidad en este aspecto. Pero aquel que me lea debería compararlo a lo que sentiría en el caso de que un traficante de esclavos hubiese escrito sus memorias en la época de los pioneros, cuando Estados Unidos era solo un proyecto que se materializó gracias a la sangre y el sudor de muchos hombres y mujeres cuyo único delito era ser de raza negra. Consideren que ese hombre relatase las miserias que provocaba y se ufanase de ello en una prosa perfecta, ¿no sentirían al leerlo un escalofrío atravesándoles las vértebras? Y si el que alardea de sus hazañas es un mandatario nazi que escribe admirablemente bien ¿le justificarían con el argumento de que la mentalidad que exhibe es propia de su época? La diferencia no está en que las conductas machistas hayan sido más benévolas pues, como todos sabemos, también han producido toda clase de efectos, lo que ocurre es que han durado mucho más en el tiempo y han abarcado al planeta entero, es decir, todavía siguen grabadas a fuego en el ADN de nuestras sociedades. Es por esto, y por nada más, que todavía, a estas alturas, a algunos les parecen asumibles.
Esta novela es un monumento a la discriminación femenina y una sarta de excusas, habilísimamente pergeñadas que, en el fondo, parecen querer componer un argumento exculpatorio de no sé qué conductas biográficas. El diseño de los personajes tampoco me parece verosímil, pero aquí he de ser justa y reconocer que estoy demasiado alejada de aquella mentalidad para poder juzgar objetivamente. No obstante, el argumento parece haber sido resuelto a trompicones, a base de golpes de efecto que solo un maestro como Kawabata es capaz de hacer digeribles. Construye para ello una personalidad mentalmente enferma, la de Keiko, dotada de una crueldad por encima de todo límite a causa de su perfil psicopático, neurótico y quién sabe con qué otras taras, s la sitúa además en el centro de un singular tándem, el de la antigua adolescente, seducida y sin embargo enamorada y el del casado sin alma, que se aprovecha de ella, no solo sexualmente para abandonarla más tarde sin más, también para medrar en su profesión. Keiko se encuentra en esta incómoda posición sin proponérselo muchos años después de los hechos, sin embargo el seductor se presenta a nuestros ojos como un hombre inverosímilmente atractivo a pesar de su ancianidad, como si al novelista le costase negar una sola cualidad al que, como resulta evidente, no es otra cosa que su sosias. Su improbable buen aspecto, junto con el pasado (y eterno) enamoramiento de Otoko, resultan por tanto bastante inverosímiles.
Estas personalidades tan patológicas como inconsistentes actúan de una forma arbitraria, según los caprichos de su autor, pero las incidencias de la trama son como una poción mágica venenosa, un espejismo que asumimos al aceptar paulatinamente una supuesta realidad tras otra. Estas, al apoyarse sucesivamente en la anterior, van construyendo una realidad de cartón piedra capaz de derrumbarse con un único soplo de aire. Todo es enfermizo aquí. La novela contiene en si misma la atracción de lo peligroso, de lo venenosamente extraño, consiguiendo con ello sembrar una preocupante atracción hacia un abismo encarnado en el puñado de personajes que con su apasionada ceguera pueden llegar a fascinar.

 
PUBLICACIÓN: 1964 (EN ESPAÑA: 1977) - CLÁSICO (VARIAS EDICIONES) – TRADUCCIÓN: NÉLIDA. M. DE MACHAIN - PÁGINAS: 215 (aprox.)

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