La muerte del Decano, de Gonzalo Torrente Ballester




Sardónico es la palabra que me ha venido a la mente en cuanto me he sentado a hablar de un escritor al que urge traer de nuevo a la palestra. Sobre todo si, como pienso, son pocos los que hoy día saben quién fue realmente Gonzalo Torrente Ballester y demasiados, por desgracia, los que ni siquiera han oído mencionar su nombre. Ese sería el adjetivo, o al menos uno de los muchos que podrían calificarle como autor. El sustantivo, en cambio, es indiscutible: genio. Así era él. Tal vez un genio fundamentalmente sardónico.
“A qué llama usted fracaso? ¿A que el Decano se pasase el resto de su vida académica explicando novelas históricas? Sería, incluso original. Yo conozco a un cierto número de catedráticos que no hacen ni siquiera eso. En mi universidad, durante mi licenciatura en Derecho, tuve un profesor de Economía política, hombre por otra parte de gran prestancia personal, rector de la universidad, muy elegante en los desfiles, que nos leía unos apuntes escritos a máquina y recordados por varias generaciones de estudiantes. No creo que se tuviese por fracasado. Tampoco se consideran tales los muchos rutinarios que tanto usted como yo podríamos citar. Repetirse un año y otro está entre lo aceptado, entre lo usual y corriente. Y el Decano parecía hombre ingenioso para hacer lo que los demás, pero con más disimulo. Por lo pronto, existen novelas históricas suficientes como para entretener unos años de docencia.”

La carga crítica es constante a lo largo de la novela. Pero, además, los diálogos ridiculizan, uno tras otro, a los personajes a la vez que arrancan una sonrisa en el lector. El único que no queda a la altura del betún es el decano, hasta que acabamos enterándonos –gracias a una ilustrativa conversación de abogado y fiscal– de que es capaz de cualquier cosa por hacer la vida imposible a su rival. Veamos:
“… veinte años de presidio habrían destrozado la mente del acusado… en el caso de que hubiera sobrevivido. Que esta es otra: el acusado no resistirá la condena arriba de un par de años. A pesar de los cuidados que su mujer pueda proporcionarle ahora, ha decaído bastante. Usted lo vio el otro día, pero yo lo sé además por mis visitas a la cárcel y por el médico. El acusado es un hombre débil, toda su fuerza se le va por la cabeza… (…)
-Entonces, usted supone que el Decano montó toda esta máquina complicada y confusa sólo para aniquilar intelectualmente al acusado.

-Es una conclusión válida.”
Aunque esta no sea una de sus obras más significativas, merece la pena leerla como cualquiera de las de su autor. Pasaremos un buen rato riéndonos –más bien sonriendo–gracias a sus ocurrencias con la seguridad de estar degustando alta literatura. Sus novelas más importantes –La saga fuga de J.B., Don Juan y Los gozos y las sombras– son también las más difíciles, sobre todo las dos primeras. Por eso, quizá esta sea una buena forma de empezar a leerle, también Historias de humor para eruditos pero sin perder las otras de vista. 
 
Torrente Ballester ganó el premio Cervantes, el Príncipe de Asturias y el Nacional de Narrativa, nada menos. Falleció en 1999. Si entonces supieron reconocer sus méritos, ¿cómo es que lo hemos olvidado tan pronto?
 

PUBLICACIÓN: 1992 – CLÁSICO (VARIAS EDICIONES) - PÁGINAS: 205 (aprox.)

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