Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé
No es ningún secreto que los productos de ficción están
compuestos de retazos en los que lo imaginado se alía con lo vivido, lo
escuchado o lo presenciado para componer un relato verosímil. En algunos
autores el aspecto autobiográfico queda bastante camuflado en el conjunto de su
obra, en otros, sin embargo, adquiere un papel fundamental. Es lo que ocurre en
las ficciones de este autor japonés, nacido en 1935 y premiado con el Nobel en
1994, pero en este caso suscita, además, una delicada cuestión ética.
Me parece que no exagero si digo que Oé se desnuda en
esta novela pues muestra sus miserias y debilidades con una franqueza poco
corriente. Sus vacilaciones a la hora de decidir sobre el destino de un hijo
abocado por su incapacidad congénita a una vida excesivamente limitada, la persistente
tentación de viajar a África para eludir responsabilidades, sus constantes
dudas alimentadas por unas sugerencias médicas más que discutibles, la aventura
que mantiene mientras la futura madre está en el hospital, el egoísmo que no
oculta, son las cuestiones morales y, por tanto, las que más destacan en una lectura
rápida. Pero una novela no es un panfleto, tras la anécdota encontramos una
narración sólida, personajes bien construidos, un fiel reflejo de las
costumbres y mentalidades del Japón de la época y una tensión que no da tregua
al lector hasta el final. En cuanto a la prosa, según asegura Justo Navarro en
el prólogo:
“Es inquietante el choque entre la
nitidez de las frases de Oé y la experiencia de una realidad desquiciada; en Una
cuestión personal abundan las metáforas, las dislocaciones: la tarde de
junio se enfría como el cuerpo de un gigante muerto, los ojos de una mujer se
cierran como los de un faisán abatido por un disparo, las manos sucias de una
dependienta son las patas de un camaleón que se agarra a un arbusto. Los seres
humanos se animalizan; las cosas, los vegetales, los animales se humanizan: los
árboles amenazan, el viento se queja, los pájaros son descarados. En las coks
de los gatos callejeros hay gotas de agua como piojos. La cuna blanca del niño
monstruoso, vacía, le destroza los nervios a Bird como un tiburón rechinando
los dientes. Bird se encierra en sí mismo como un molusco atacado.”
La ruta elegida por los autores posteriores a la Segunda
Guerra Mundial está determinada tanto por el pesimismo producido por la derrota
y los desastres atómicos como por el propósito de dejarse influir por el
pesimismo occidental con el fin de reflejarlos lo más fielmente posible. Oé se
adscribe a esta corriente, pero la concilia con las fórmulas tradicionales
construyendo así una obra personalísima en la que el gusto por lo monstruoso se
concreta en una pesadilla fantástica.
Lo cotidiano contra lo exótico, perversión frente a moralidad;
cada elemento se ajusta fielmente a su molde, el desenlace está preconcebido. La
novela se inicia con el protagonista contemplando un mapa en un escaparate.
“El continente parecía el cráneo distorsionado de un hombre gigantesco que, con ojos
melancólicos y entrecerrados, mirase hacia Australia, el país del koala, el
ornitorrinco y el canguro. El África en miniatura que, en una esquina del
mapa, mostraba la densidad de población, parecía una cabeza muerta en proceso
de descomposición; la otra, que mostraba las vías de comunicación, parecía
una cabeza despellejada con las venas y arterias al descubierto. Ambas Áfricas
diminutas sugerían la idea de una muerte brutal, violenta."
KOJINTEKI NA TAIKEN - PRIMERA EDICIÓN: 1964 – CLÁSICO (VARIAS
EDICIONES) – PÁGINAS: 190
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