Volverás a Región, de Juan Benet
Hace un par de días
acabé de releer esta novela que me dejó perpleja en su momento y ahora, con más
años a cuestas y su correspondiente pila de lecturas cuidadosamente escogidas
junto a una formación filológica que –piensen lo que piensen los profanos– no
es irrelevante en absoluto, sigue sin parecerme nada fácil. La diferencia es
que hoy me siento capaz de argumentar los motivos de esa dificultad y entonces
ni siquiera imaginaba que pudiera haberlos.
Abordo este comentario
con la mayor humildad pues soy consciente de encontrarme ante una obra maestra,
un indiscutible clásico español del siglo pasado, constantemente reeditado, cuya
lectura ha sido recomendada a los estudiantes desde su publicación, que constituye
un requisito imprescindible en la formación de especialistas y es considerado
uno de los modelos que cualquier novelista posterior debería examinar a
conciencia si desea –como es preceptivo– imprimir en su obra la huella de las
genialidades precedentes. En consecuencia, estas notas son completamente
subjetivas y no pretenden enseñar nada, el que necesite informarse sobre las
características del texto deberá buscar en
otra parte.
Un lugar común cuando
se aborda Volverás a Región es la
oscuridad, un asunto sobre el que, quizá, convenga aclarar conceptos antes de
continuar con el análisis. En primer lugar, la dificultad lectora no aporta ni
resta calidad a una obra: se han escrito bodrios intragables que pretenden ser
elitistas y a los que no hay quien se acerque ni con escafandra y magníficos relatos
cuya aparente sencillez los vuelve accesibles a cualquier tipo de lector.
Podría aportar ejemplos de ambos pero prescindiré de los primeros por una
simple cuestión de buen gusto. Entre los otros se encuentran muchos clásicos
universales de sobra conocidos, como El
principito, los poemas de Antonio Machado o Madame Bovary, esa francesa universal creada por el genio de
Flaubert y alter ego suyo según confesión propia.
A pesar de todo, es
preciso, para que la transmisión de la cultura –que en definitiva no es más que
una serie de vivencias personales compartidas por un público extenso– tenga
lugar en toda su complejidad y no como un mero efecto plano y sin facetas, que
se creen otros productos, en los que el rigor, la honestidad, la indagación al
servicio de los nuevo, de lo no trillado, de la innovación y experimentación,
produzca esa multiplicidad de interpretaciones que convierte su lectura en una
experiencia un poco más incómoda. Y, en ese sentido, esta novela es
paradigmática.
Por otra parte, se
escribe mucha ficción excesivamente fácil, pero no con una facilidad elaborada
voluntariamente para allanar el camino al lector, puliendo incansablemente
tanto lenguaje como historia, sino conseguida a base de lugares comunes, con
una estructura endeble y una prosa más bien descuidada y que, sin embargo y
para conseguir lectores a cualquier precio, pretende resultar impactante. En
ocasiones, incluso se envuelve en una pátina de falso cultismo que, en lugar de
ilustrar, confunde. Es el caso de tanta novela histórica o esotérica con
pretensiones cuyos incautos consumidores concluyen su lectura convencidos de
haber aprendido algo.
Volviendo a la novela, hago
notar que es pródiga en elementos descriptivos y parca en explicaciones, de
modo que quien se acerca a ella debe actuar como si contemplase un cuadro
impresionista: componer el conjunto en su cerebro a base de reunir y
estructurar los elementos dispersos por el cuadro. No obstante, la experiencia
lectora compensa de sobra esa aridez. Encontramos párrafos sublimes, tanto
desde el punto de vista narrativo como estilístico, el territorio elegido se
convierte en mítico a base de agotar toda clase de características: geológicas,
botánicas, climatológicas, geográficas y hasta paleontológicas.
Además de otros valores, Benet ha logrado en esta obra nada menos que convertir en irrelevante
la tarea de delimitar y componer personalidades de ficción. Con una prodigiosa
y original técnica narrativa e ignorando completamente cualquier cronografía al
uso, atribuye el protagonismo de los hechos al pueblo, a la región entera, cuyo
nombre común se convierte en propio al
denominar así la localidad que ha creado, tan concreta como (más o menos)
ficticia. Un protagonismo múltiple que no se logra mediante los recursos
propios de la novela coral –construida a base de acompañar en su recorrido a una
multiplicidad de individuos –sino justamente al contrario, despojando,
diluyendo, dejando al desnudo lugares y acontecimientos históricos, reduciendo la
huella humana al mínimo, aunque personajes hay –por más que sus rasgos sean confusos
y nunca evolucionen, unos se presenten como reales y otros (como Numa y la
anciana del bosque) aparezcan como producto de la imaginación popular– y su
papel es, ante todo, el de cronistas, de su propia historia y la de todos, de
unos hechos que rememoran incansablemente a la vez que se muestran abrumados
por la imposibilidad de agotar una explicación. La verdad completa no existe, o
–lo que es lo mismo– resulta imposible desentrañarla del todo. Lo que subsiste,
tras ese despojo inmisericorde, es la historia en forma de guerra civil –con sus
antecedentes y consecuentes, sus bandos y escaramuzas– y un inconcreto terruño,
tan delimitado y minuciosamente descrito que, en lugar de contribuir a su
identificación, le aporta ese carácter enigmático que acaba convirtiéndolo en la
esencia de cualquier enclave ancestral, tal como ocurre con Comala, Yoknapatawpha o Macondo.
Ya desde esta su primera
novela –aunque el autor ya había incursionado en otros géneros– y usando
procedimientos muy alejados de las tendencias realistas de entonces, la
formación científica de Benet se alía con una sensibilidad exquisita para
componer algo innovador, tan inclasificable como paradigmático en su especie,
cuya lectura supone un gran placer pero también requiere un esfuerzo que –al menos,
para cierto tipo de lector– merecerá la pena realizar.
PRIMERA EDICIÓN: 1968 –
CLÁSICO (VARIAS EDICIONES) – PÁGINAS:
336 (aprox.)
guau! Vaya reseñón... Me quito el sombrero. Me ha gustado esa ide de que con los años tal vez algunas lecturas no sigan siendo fáciles pero sí al menos puedes vislumbrar las razones. Y todo lo demás sobre la facilidad con la que se escriben, los lugares comunes, cierta "falsedad" con la que se construye narrativa... ¡chapeau!. Para darle muchas vueltas, sin duda.
ResponderEliminarY debo reconocer que ni aún con lo que me han dado (y quitado) los años, estoy segura que si volviera a leer este libro no hubiera atisbado ni siquiera las razones de porqué se me hace tan compleja esta lectura.
Gracias y saludos!
Jaja. Claro que las encontrarías, Ana, leo tus cosas y sabes que das en el clavo. Pero son tantas que, probablemente, algunas de las que descubrieses me pasarían desapercibidias y al contrario. A mí también se me había olvidado por completo, es lógico, porque no deja un marco de referencia al que la memoria se pueda aferrar, pero, en general, la dificultad estriba en esa técnica impresionista que lo aparta de la narración convencional, en que se guarda la información que le da la gana, unas veces porque ni se molesta en inventarla y otras porque apenas deja pistas, en que se pierde en paisajes que en realidad no existen y abandona la historia cuando quiere, en que mezcla los tiempos, en que no perdila los caracteres, ni siquiera les dota de voz propia, tampoco dialogan, elaboran discursos por turnos.
ResponderEliminarEs un ejemplo de cómo saltarse todas las reglas para conseguir algo por encima de lo consabido, algo que casi nadie es capaz de conseguir aunque muchos escritores novatos lo intentan. Él se propone otra cosa, es como Dalí, sería perfectamente capaz de retratar a alguien, pero sus proyectos son otros.
Como ves, sigo fascinada. Pero también un poco enfadada: no le perdono no haberme enterado bien de lo qué pasó con el niño, los detalles dan igual pero ese personaje es fundamental y lo tengo completamente perdido. Supongo que las pistas están, pero hay que ser un serlock o un rappel para encontrarlas.