El viento y la sangre, de M. A. West (Alexis Ravelo)
Me acerqué a esta
novela atraída por la mixtificación que supone tanto su mera existencia como su
proceso creativo. Y es que, efectivamente, su interés literario es doble: además
del texto en sí mismo, hay que fijarse en la intención que lo generó, así como a
la complejidad de su proceso de publicación que pasa necesariamente por confabularse
con una traductora de carne y hueso y con un sello editorial que se presten a
ejecutar el guiño. No hablemos de las estrategias de largo recorrido que
comienzan con la invención de un nombre –en este caso se homenajea a la ya
mítica Mae West– y una historia completa: la del supuesto autor y su obra
apócrifa, incluyendo esta misma.
Siempre me han
interesado esos intentos por convertir la vida en literatura que han realizado
algunos autores fuera de la hoja de papel, como esa esmerada construcción de
una imagen externa que tan bien le resultó a Valle y que más tarde copiaría
Umbral a su modo. O la (genial) idea de publicitar un libro inexistente. O esas
tretas, con objetivos diversos, practicadas por novelistas tan relevantes como Doris
Lessing, que en 1983 publicó Diario del
buen vecino bajo el nombre de Jane Somers para alertar sobre las
dificultades de los autores noveles. O por Romain Gary –en realidad Roman Kacew, conocido también como Emile Ajar– quien,
pretendiendo burlarse de algún crítico cerril, realizó el recorrido completo
alzándose con el Goncourt dos veces y renunciando a él la segunda sin explicar
los motivos para evitar recibirlo ilegalmente. O el ingenioso procedimiento
ideado por Fernando Pessoa, mucho menos espectacular publicitariamente hablando
pero complejísimo en su proceso de ejecución, que son los heterónimos. O bien
esa separación de personalidades según la naturaleza de la obra que realiza
John Banville convirtiéndose en Benjamin Black cuando escribe novela negra. Costumbre
que cuenta con una ya larga tradición: en España la inició, creo, Fernán
Caballero para ocultar su condición femenina y evitarse prejuicios y, entre
otros, fue adoptada a mediados del siglo XX por algún autor de renombre cuya
personalidad ficticia le convertía en autor de género –policíaco generalmente–
y por tanto relegado a los quioscos de prensa, sistema que le proporcionaba la
ocasión de divertirse de vez en cuando sin perder su prestigio y, de paso,
incrementar su economía. Pseudónimos ha habido muchísimos, dobles
personalidades no tanto, pero tampoco han faltado a lo largo de la historia.
No es lo mismo cultivar
el género negro siendo uno mismo –que es lo que Ravelo ha estado haciendo
durante la última década– que inventarse una personalidad completamente ajena a
la propia y poner todos los medios para sacarla adelante sin perder la
coherencia nunca.
Voy a repasar los
grandes hitos de de este viaje apasionante en que se ha embarcado Alexis
Ravelo. A finales de mayo del año pasado, el blog Viaje alrededor de una mesa decía lo siguiente:
“De West poco se sabe; que era de Cincinnati y
que el nombre es solo un seudónimo bajo el que no sabemos quién se ocultaba;
¿Un escritor de fama? ¿Alguien relevante en su comunidad? ¿Un profesor? La
cuestión es que publicó varias novelas más, todas ellas de igual factura Pulp, en pequeñas editoriales y
revistas de poca tirada, y que no gozaron de demasiada repercusión, puede que
por la enorme sombra que por aquel entonces proyectaban tipos como Hammett,
Chandler, Thompson y toda la tropa.”
Muy poco antes, en la
web El escobillón se lee:
“El viento y la sangre se convierte así en una novela que no solo se
queda en la anécdota, ya que contiene varias capas que, al modo de una cebolla,
M. A. West va pelando a golpe de navaja.
Una serie B, en
definitiva, en su estado más puro. Una novela que pese a estar escrita en
tiempo record y probablemente sin apenas borradores, nunca pierde de vista su
sentido de la acción. Una acción al servicio del entretenimiento pero con
muchos mensajes respirando bajo sus páginas.
Y poco después, en Esparreguera negra:
“Al fin llega a España
uno de los autores más ignorados de novela de gánsteres: M. A. West, el
impulsor de un género, similar al polar de los franceses, en los Estados
Unidos, según quienes lo habían podido leer. Un autor que quiso permanecer en
el anonimato, protegido por un seudónimo y cuyo éxito inicial se vio frenado
por la discusión entre los herederos que impidieron tanto su reedición como su
traducción. Ni siquiera Gallimard pudo incluirlo en su famosa Serie Noir.
Sabíamos de su existencia por alguna cita de Alberto del Monte en su Breve Historia de la Novela Policíaca
(1962) y una nota a pie de página de Jerry Palmer en su La Novela de Misterio (Thriller 1982). Es cierto que sus
contemporáneos consideraron que era un mero imitador de Cain y el pulp, pero
otros estimaron su lenguaje pulido y sus diálogos rápidos, normalmente escritos
en slang, sus temáticas a medio camino de La
llave de cristal y las obras de José Giovanni. De hecho, el autor más
cercano a M. A, West en Europa es Giovanni si juzgamos por El viento y la sangre.”
Canarias ahora pone el acento en la época en que, supuestamente,
se alumbró la novela:
“Los Kennedy no tardarían en empezar su batalla contra la
mafia y West describía ese mundo antes que Mario Puzzo escribiera el Padrino o
Gay Talese Honrarás a tu padre. Hoy en día, describir el mundo de los
delincuentes nos parece normal. Es otro mundo que se ha literaturizado, cargado
de símbolos, guiños, etc., y transitamos por él con cierta fluidez,
literariamente hablando. Pero en su momento, el atrevimiento de West fue
ponerlo en primer plano y no buscar culpables según la moral normal. Los
culpables lo eran desde el punto de vista de los delincuentes, no de los
policías, jueces y fiscales.”
Todavía en octubre, habla Crónicas literarias:
“Las odiosas comparaciones con el cine de
Tarantino o Martín Scorsese, son inevitables. Sin embargo, estamos hablando de
una historia que probablemente fue escrita en los 60. Y digo probablemente M.
A. West es uno de los grandes anónimos de la novela negra. Se sabe muy poco de
él. Nació en Cincinnati en 1923 y entre 1951 y 1980 publicó doce novelas y
medio centenar de cuentos. Poco más. La mayoría de sus historias están
protagonizadas por Rudy Banbridge un peculiar “solucionador de problemas” para
capos mafiosos que también actúa en El
viento y la sangre.
Leer sin prisa, comenta en las mismas fechas:
“… esta novela es igual que ver un
clasicazo de cine negro. En mi mente podría ver los hombres con sus trajes de
chaqueta cruzada y sus sombreros, las pistolas bajo la americana, los zapatos
relucientes, las chicas con su pelo recogido, sus faldas y medias con liguero…
Más que la novela en sí lo que me ha fascinado es cómo está escrita, como
describe las escenas, los sentimientos, las tramas… Ya digo, que para mí ha
sido igual que ver una película, es uno de los clásicos de los que el cine
negro copió su estructura a pies juntillas.”
En aquellos días, Lectura y locura sigue la misma tónica, pero poco después conoce la
verdad y rectifica añadiendo:
“Lo
que son las cosas…. resulta que esta novela no pertenece a ningún M. A. West
sino que fue escrita por el canario Alexis Ravelo que ha explicado en el
siguiente post los motivos que le llevaron a perpetrar
este pequeño juego.
(…)
La
obra es muy disfrutable, independientemente de esta pequeña mascarada y no voy
a dejar de recomendar su lectura, eso sí la reseña estaba fundamentada en otros
factores y no recomiendo su lectura por el montón de imprecisiones.”
Más tarde, ya en
febrero de 2014, la revista Prótesis
dice:
“Sin embargo, por más que he buscado en
manuales y rebuscado en Internet, por más que he leído y releído a clásicos y
no tan clásicos americanos, más allá de Jackie Brown y los
diálogos de George V. Higgings, ningúnpulp me parecía
tarantiniano. Ninguno, hasta El viento y la sangre. Una
novela del tres al cuarto de dólar que pasó sin pena ni gloria por los
yanquioscos allá por 1951.
Una joya. Una puta jodida joya,
que diría algún maldito bastardo. Pero empecemos por el principio.”
Me encanta leer estas
cosas a toro pasado, darme cuenta de hasta qué punto unos aceptaron el engaño y
otros se confabularon con el novelista, cómo disfrutaron de su lectura y de ese
carácter mítico añadido de producto, antiguo, casi marginal, olvidado y
reivindicado muchos años más tarde. Es alborozo el sentimiento con que los
críticos saludan esta novela. Porque lo hacen todos, sin excepción.
No es hasta septiembre
de este año cuando Alexis Ravelo desvela la verdad, primero en un post de Ceremonias titulado El año que quise ser B, Traven o cómo nació M. A. West y, más
tarde, en entrevista concedida a 20
Minutos. Allí explica que se planteó esta escritura como un reto, que a la
hora de publicarla hubo de inventar las circunstancias de su gestación y
aparición ficticias, que lo hizo en connivencia con su editorial, con la supuesta
co-traductora y con el apoyo de los más cercanos, y que no hubo promoción
ninguna más allá de la recomendación entre lectores.
Un axioma imprescindible
en el género negro que Ravelo ha tenido muy en cuenta es que el bueno, no solo
tiene suerte sino que, además, es el más listo. Imposible saber, a estas
alturas, si el truco estaba tan bien urdido como parece o el despiste habitual
de los lectores ha contribuido a difuminarlo, lo que considero evidente es que,
si alguien se hubiese puesto a sospechar, habría encontrado claros indicios en
ese final tan feminista.
PRIMERA
EDICIÓN: 2013 – EDITORIAL: NAVONA NEGRA – PÁGINAS: 144
No conocía la historia. Te he leído y he estado mirando aquí y allí... Me parecen curiosos estos juegos, el difuminar los límites (ya bastante confusos de por sí) entre la realidad y la ficción. Construir la ficción desde la realidad y la realidad desde la ficción, coger ambas y mezclarlas, y luego "ponerlas a prueba".
ResponderEliminarMuy interesante y yo diría que hasta estimulante. Gracias por la entrada y toda la información ;)
Saludos!
Pues me alegro de que disfrutes, al menos, una mínima parte de lo que yo lo he hecho con tu última reseña. Que aún tengo las pestañas como escarpias.
ResponderEliminarUn saludo cómplice!!