La cabeza de la hidra, de Carlos Fuentes
A usted,
que ha llegado hasta aquí buscando información antes de leer esta novela, le
recomiendo que no se preocupe por el deterioro de su discernimiento en el caso –bastante
probable– de que, durante páginas y más páginas, no se entere bien de lo que le
está contando Fuentes. Ocurre que el autor, utilizando a los personajes como
dúctiles marionetas, se divierte jugando también con los lectores. Y gracias a
este juego y a la ausencia total de cortapisas literarias consigue echar a
rodar un artilugio tan disparatado como crítico con la realidad de la época de
la guerra fría. También de la de hoy, pues a pesar de todos los engaños, guiños
y sucesivas vueltas de tuerca, lo que queda meridianamente claro es que las
cloacas de nuestras sociedades continúan tan insalubres como entonces.
Un
funcionario –cuyo gobierno es objeto de crítica feroz –convertido en espía de
la noche a la mañana con el propósito de que, sin apenas recomendaciones
previas, guiándose casi exclusivamente por su torpe intuición, penetre en una
peligrosa y enrevesadísima maraña donde entran en juego algunos de los
implicados en el conflicto palestino-israelí (se acusa a Israel de haberse
convertido en verdugo para desprenderse de su condición de víctima) dentro del
marco de la lucha por la hegemonía petrolífera en la escena internacional. Porque
todo aparece aquí como sobre las tablas del enorme escenario que es la ciudad
de Méjico, donde los personajes se mueven sin voluntad propia, como marionetas manejadas
por las caprichosas manos del novelista, embarcados en un espionaje que por
definición (“… acaba por infectar como un
cáncer la sociedad en la que se inserta y a la que se pretende proteger. Todos sus
héroes son reaccionarios…”). Y de su alter-ego, el siniestro personaje que ejerce
de mentor de Maldonado y que, con el tiempo, resulta más ubicuo, proteico y
escurridizo de lo que aparentaba para terminar de volvernos tarumbas y
facilitarnos el menor número de pistas posible.
El simple
esbozo de unas cuantas tramas amorosas convierten al protagonista en un donjuán
de cierta talla, aunque su historial consista en un gran farol. O un globo, tan
hueco como el argumento que se nos ofrece. Lo único tangible son las muertes
violentas, aunque resulten más gratuitas y arbitrarias, si cabe, que las producidas
en la vida real.
“… nadie tiene el monopolio de la violencia…, mucho menos el de la verdad o el de la moral; todos los sistemas, sea cual sea su ideología, generan su propia injusticia: acaso el mal es el precio de la existencia, pero no se puede impedir la existencia por temor al mal…”
Aparte de
estas dos, destacaría la figura del Director General, un personaje que contiene
todos los rasgos esperpénticos que Valle fue estableciendo a lo largo de su
obra. Su ridículo pero imponente aspecto, la fotofobia –factor que le convierte
en vulnerable– y su incuestionable autoridad quedan establecidos en solo unos
cuantos rasgos.
“Miró con la intensidad que desmentían sus pince-nez ahumados a Félix y le sonrió con la expresión propia de las calaveras de azúcar del Día de los Muertos.”
No obstante,
con independencia de hornacinas literarias y arraigadísimos prestigios, he
encontrado episodios que, siendo muy benevolente, tengo que calificar de
prescindibles, incluso reconociendo que nos encontramos ante una parodia. Como
esos súbitos y arrebatados amores de la presunta enfermera (más parecida a una
muñeca articulada que a una profesional de la salud) por Félix Maldonado, que
encajarían perfectamente en el folletín más sensiblero. O el manido recurso –presente
en cualquier telefilm– que muestra al oponente en una lucha homicida desvelando
con la mayor imprudencia cada una de sus cartas ocultas mientras amenaza a su
interlocutor con un arma cualquiera, de forma que los lectores –hasta entonces
más perdidos que un pez en una ensaladera– empiecen a comprender algo y no cedan
a sus constantes impulsos, de cerrar el libro de golpe.
Un
artefacto complejo, trepidante, absurdo, difícil, fallido en cierto modo, surrealista,
repleto de simbolismo, comprometido con la actualidad, sorprendente, y otra
decena más de calificativos que no abarcarían ni una mínima parte de este laberinto
literario.
PRIMERA
EDICIÓN: 1978 - (VARIAS EDICIONES) - PÁGINAS: 300 (aprox.)
Carlos Fuentes era de los autores que arriesgaban y también, como mencionas, comprometido con la sociedad y la época que le tocó vivir. Comentas que es una obra en cierta forma fallida, supongo que por esos capítulos prescindibles, pero claro, sólo acierta el que no arriesga. Le echaré un vistazo :)
ResponderEliminarUn abrazo
No, Ana. Es porque se mete en unos embrollos de impresión y luego no los cierra como debe. Pero es mi opinión, ya sabrás que para mí no hay ningún autor intocable, si algo no me gusta lo digo, pero se prodría objetar que Fuentes nos engaña porque la novela trata del engaño generalizado en la sociedad, tanto actual como de hace unas décadas. Podría ser un recurso que copia lo que pretende denunciar, pero a mí me parece, más que nada, una postura cómoda, sobre todo para alguien de su prestigio.
ResponderEliminarCon su excelente narrativa, Fuentes juega con el lector; nos confunde, nos atrapa en la historia, usa contantes analogías con elementos y personajes mitológicos, es mi experiencia después de leer algunas de sus obras, la última "zona sagrada'. Leeré la cabeza de la hidra, gracias por la recomendación.
ResponderEliminarFuentes es un gran novelista, aunque estas figuras tan consagradas a veces recibían (y reciben) la presión editorial y no pueden poner toda su genialidad en juego. Creo que esa es la razón de que alguna novela suya no esté a la altura del resto, pero esta sí.
ResponderEliminarSaludos.