La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel

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De vez en cuando, encontramos en la historia de la producción literaria esas raras avis que nos sumergen en el centro de la realidad más cruda y, no solo logran salir impolutos, sino que ofrecen tanta humanidad, unos personajes tan entrañables en medio de ese légamo que lo invade todo, que suscitan en los lectores un amor incondicional más allá de la inevitable admiración literaria. Es el caso de escritores como Jorge Amado, Stephan Zweig, Toni Morrison y quizá alguno más. O puede que no. Lo innegable es que pueden contarse con los dedos de una mano estos diamantes que refulgen en medio de la escoria.
La nieta del señor Linh es un intento –supongo que inconsciente– de situarse en este particular Parnaso, pero he de decir que Claudel queda muy lejos de conseguir algo así. El resultado se reduce, en este caso, a una novelita pulcra, algo ñoña incluso, que al atravesar escollos y detritus de un momento histórico concreto los sobrevuela como impaciente gaviota ignorando casi todas sus facetas en lugar de detenerse y resaltarlas como haría cualquier buen novelista que se precie.
La fórmula utilizada consiste en un pretendido mimetismo con la forma de hacer de la literatura oriental. Y también aquí se queda a medio camino. Reconocemos los modelos en la sencillez de sus rasgos, en la ingenuidad de los personajes y en el intento de aproximarse a su particular filosofía, pero le faltan meticulosidad, delicadeza y ese halo que invade la ficción japonesa y que todos admiramos sin saber muy bien en qué consiste.
“Esa fuente no es una fuente normal –explica el señor Linh–. Se dice que su agua tiene el poder de hacer olvidar a quien la bebe, de hacerle olvidar las cosas malas. Cuando alguno de nosotros sabe que va a morir, viene a la fuente solo. Toda la aldea sabe adónde va, pero nadie lo acompaña. Tiene que recorrer el camino solo y arrodillarse aquí también solo. Bebe de esta agua y, en cuanto lo hace, su memoria se aligera: no conserva más que los momentos hermosos y las horas felices, todo lo agradable y dichoso. Los demás recuerdos, los que duelen, los que hieren, los que rajan el alma y la devoran, todos esos desaparecen, se diluyen en el agua como una gota de tinta en el océano.”
Nos quedamos, pues, decepcionados por el hecho de que un argumento tan bello no haya ascendido a más altas cotas. Al respetable tópico del clasicismo que traslucen sus páginas (menosprecio de corte y alabanza de aldea) le sobra moraleja y le faltan: realismo, pormenores, referencias históricas, caracterización de personajes, en definitiva, un hálito de realidad que la convierta en fábula novelada y no en un producto repleto de buenas intenciones pero tan acartonado como simple.
Por otra parte, el desenlace resulta algo forzado y, a la vez, bastante predecible. Aunque no puedo negar que se trata de un canto a la ilusión, a la esperanza y a la amistad sincera; tampoco que, si no se le pide demasiado, cualquiera puede disfrutar de las peripecias del señor Linh durante el par de horas que tarda en leerse.


LA PETITE FILLE DE MONSIEUR LINH - 2005 – (EN ESPAÑA: 2006 - EDITORIAL SALAMANDRA - COLECCIÓN NARRATIVA) – TRADUCCIÓN: JOSÉ ANTONIO SORIANO MARCO - PÁGINAS: 128

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