Las doce sillas, de Ilf y Pétrov




Llegó el 2017 y nos trajo, entre otras muchas cosas, el centenario de la Revolución Rusa. No es que la efeméride haya levantado una gran polvareda: los asuntos históricos no interesan al gran público, absorto en asuntos más pedestres y poco amigo de calentarse las neuronas. Es verdad que se ha reeditado algún clásico, por ejemplo esta novela que, si algún valor tiene es la de ser testigo presencial de una época y lugar que han resultado trascendentales en la economía y el pensamiento del planeta entero y cuyos efectos, por mucho que creamos lo contrario, no han desaparecido del todo. Para bien y para mal.
La edición que manejo, que no es la más reciente sino una de 1975, incluye un prólogo firmado por J. Gázquez que establece claramente el contexto en que se desarrolla esta sátira:
“Los autores sitúan la acción allá por el año 27, época de la NEP (Nueva Política Económica), cuando el Gobierno soviético, mirando de obtener un respiro y de aliviar un tanto la agobiante situación por que atravesaba el país, autorizó de nuevo las actividades de pequeños comerciantes e industriales, lo que dio pie para que muchos creyeran en la restauración, siquiera a pequeña escala, del capitalismo, despertando en algunos elementos que parecían resignados o permanecían agazapados, ilusiones respecto al retorno a los usos imperantes antes de la Revolución.”
Lástima que el temor a la censura, la deformación producida por la inmediatez o lo que sea hayan dado lugar a una trama tan fútil y poco original como esta, algo insólito en unos observadores inusualmente agudos como el tándem formado por Ilya Ilf y Evgueni Petróv, de los que tuve noticia leyendo las atinadísimas impresiones reflejadas en La América de una planta y de los que, en consecuencia, esperaba mucho más que esta sarta de tópicos.
Es verdad que los autores le sacan punta a todo, que colocan en el microscopio las costumbres e idiosincrasia de sus coetáneos para ponerlas en tela de juicio. Pero se trata de una crítica inofensiva y trivial, es decir, sin acidez ninguna y que a mí, en particular. no me ilustra demasiado. Pero sobre todo, se trata de una sátira contra las buenas gentes, que tenían que sobrevivir en un medio hostil adaptándose a unas condiciones completamente nuevas para ellos. A mí me parece natural que, en un caldo de cultivo como ese, surgiese la picaresca por todos los rincones. Lo que no encuentro, fuera de telón de fondo que nos ha aportado la Historia, es un análisis claro de las circunstancias y condicionantes que impulsan a los personajes a aprovechar cualquier ocasión que les asegure una supervivencia algo más digna.
El recurso –bastante manido incluso en esa época– se reduce a enfrentar al lector con una pareja de truhanes, Hipólito Vorobiáninov y Bender –aprendiz de pícaro y maestro del engaño y la extorsión, respectivamente– y dejarlos moverse a sus anchas a lo largo y lo ancho del país. En el transcurso de su aventura se encuentran con muchos tipos singulares, a los que invariablemente tratan de desplumar a toda costa. Lo que desencadena todo el tinglado es el fallecimiento de la suegra de Hipólito y, con él, la noticia de una fortuna escondida en algún sitio. El tercero en discordia es, además de pícaro, nada menos que un cura, confesor de la moribunda y negociante congénito, frustrado y sin escrúpulos.
No negaré que el texto tiene momentos divertidos, pero están demasiado vistos y la repetición de situaciones acaba haciéndose monótona. Puede que tenga yo la culpa por haber leído más de la cuenta o por no ser contemporánea de Ilf y Petróv. De todas formas, es mejor que no me hagan caso, la lean y juzguen por sí mismos.


Двена́дцать сту́льев –PUBLICACIÓN : 1927 – (CLÁSICO - VARIAS EDICIONES EN ESPAÑOL)   PÁGINAS:450 (aprox.)

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